miércoles, 14 de marzo de 2012

LECTUARIO

Hagamos un guiño a la gastronomía.
Los alimentos no sólo llenan el estómago, también la cabeza, o para ser más exactos la mente. Y con la mente podemos imaginarnos los mejores manjares y empezar a salivar. Y eso vamos a hacer.
Empecemos hoy por el dulce:

Bodegón de dulces, Juan van der Hamen, 1627, Colección Samuel H. Kress, Washington, EEUU

Bodegón, Tomás Hiepes, segunda mitad del XVII (detalle)

La confitura, o como se decía antiguamente: el letuario o lectuario.
Este último vocablo es el que nos interesa. Allá por el Barroco hacia referencia a la compota o como bien dice la Real Academia Española a “medicamento de consistencia líquida, pastosa o sólida, compuesto de varios ingredientes, casi siempre vegetales, y cierta cantidad de miel, jarabe o azúcar. En sus composiciones más sencillas tiene la consideración de golosina”. Esto abarcaría el diacritrón (cidra o cabello de ángel), el codonate (dulce de membrillo), trozos de fruta confitada los cuales se sumergía en almíbar, es decir, en la cocción de miel o agua azucarada durante varios días, y que luego se podían aliñar con otros aromas, y la corteza de naranja amarga sumergida en miel.

Frutas confitadas, ciruelas y bizcochos. Juan van der Hamen y León, Florero y bodegón con perro, 1625, Museo del Prado, Madrid (detalle)

En las antiguas culturas de China y Mesopotamia se sabía que para conservar los alimentos nada mejor que la miel. Y como buen antimicrobiano se podían conservar durante años. He leído en Wikipedia que los antiguos romanos preservaban el pescado sumergido en miel, literal. Supongo que será una cochinada, o no. Como vemos, los creadores de la cocina fusión no han inventado nada nuevo.
Sin embargo, serán los árabes quienes mejor sabrán elaborar naranjas y rosas confitadas y en Europa se disparará su consumo en el siglo XVI.
Se sabe que mientras la gente de alcurnia desayunaban en el dormitorio (hay quien en la misma cama…) un buen chocolate con bizcochos, la mayoría de la gente de a pie tomaba aguardiente o mosto y lectuario en puestos de la calle que vendían los aguardenteros o comprándolos en las confiterías (que no sólo vendían alimentos, también todo tipo de baratijas y complementos para el vestuario de la mujer).
La fruta confitada es posible que no a todos les guste, pero nadie puede negar que se puedan crear bellas imágenes llenas de color para alegrar la vista. Hasta un Roscón de Reyes queda vistoso con ellas. 

Roscón casero. Gracias Alicia.

Ah, y se pueden glasear o escarchar, pero yo desaconsejo este último por motivos de paladar, claro.

Higos escarchados. Juan van der Hamen y León, Bodegón con dulces y recipientes de cristal, 1622, Museo del Prado, Madrid (detalle)

Bodegón, Antonio Ponce, segunda mitad del siglo XVII, "Bodegón de dulces, frutos secos, cerámica y vidrios, subasta (detalle)

Las confituras se vendían en cajas.

Cajas que bien podían llevar la fruta confitada o mazapán. Tarro de fruta en almíbar. Juan van der Hamen y León, Florero y bodegón con perro, hacia 1625, Museo del Prado, Madrid (detalle)



Bibliografía:

  • Herrero, Miguel: Oficios Populares en la sociedad de Lope de Vega. Castalia, 1977.
  • Pérez Samper, María de los Ángeles: Los recetarios de mujeres y para mujeres. Sobre la conservación y transmisión de los saberes domésticos en la época moderna. Cuadernos de Historia Moderna, nº 19 (monográfico). Servicio de Publicaciones UCM. Madrid, 1997.



2 comentarios:

  1. Toda una lección de algo tan fundamental como la historia de la gastronomía. Un tema goloso. Qué ganas de hincarle el diente a ese roscón!

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  2. A mí si que me hubiera gustado probar ese roscón casero. Ya sabes que yo soy de comer no de hacer.

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