lunes, 28 de mayo de 2018

La higiene y la ropa


Imagen obtenida aquí

Para aproximarnos algo a la mentalidad de la gente de la Edad Media tenemos que sacudirnos prejuicios aprendidos, y lo que es más importante, investigar en documentos, trabajos y obras tanto literarias como artísticas. 

Con respecto a la higiene todavía hoy en día se piensa que los hombre y las mujeres medievales y renacentistas fueron sucios, sobre todo la gente del campo y la gente humilde de las urbes.

Pero nada más lejos de la realidad. Y como suelo decir: ir limpio o sucio es y fue una opción personal.

En este artículo de hoy voy a hablar sobre la limpieza de la ropa, y me voy a referir a la gente humilde ya que su estudio se puede extrapolar al resto de niveles sociales. 

La ropa era uno de sus bienes más preciados. Una pieza textil suponía un trabajo de horas, días: cultivar una planta, criar un animal, seleccionar la fibra, la lana, hilar, teñir, tejer...

Algunas prendas se hacían en casa, otras se tenían que llevar a un obrador. Los tejidos eran un producto valiosísimo no sólo por el trabajo que suponía su elaboración, sino también por la inversión en mano de obra que se traducía en valor económico, y dependiendo de la calidad de la tela su valor era también funcional.

La ropa se heredaba. Incluso, de la deteriorada, los mejores trozos se aprovechaban, por ejemplo, para hacer pañuelos, toallas y colchas (sí, la retacería ("patchwork") ya se estilaba por aquellos tiempos).

Al ser un bien escaso registraban todo lo que poseían ante un notario. En los inventarios de bienes se identifican con todo lujo de detalle los vestidos y la ropa blanca, así como su precio y su estado de conservación.

Por tanto, siendo un bien tan  preciado la cuidaban. ¿Y cómo lo hacían? Pues por un lado usando la camisa (ropa interior de tela ligera hecha de lino, sarga, algodón o mezcla) que protegía la ropa de acuerpo de la grasa natural de la piel, y realizaba una limpieza en seco del cuerpo. Esta prenda es la que más aparece en los inventarios, siendo su número siempre superior a dos. La naturaleza de la camisa permitía que fuera más fácil de lavar y de reponer. Y por otro lado, las prendas de acuerpo, que eran con las que la gente se mostraba en público, se limpiaban con productos específicos, como jabones y lejías, o  con cepillado que no las estropearan (pero sobre esto último ya hablaré en otra entrada). 


Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, hacia 1280-85, Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid (detalle)



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